15 abril, 2006

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igualdad donde hay diferencia

Podemos sentimos más emparentados a un joven yankee-europeo caucásico occidental que a cualquier otro joven de cualquier ciudad tercermundista similar a la nuestra.

Puede que al encontrarnos con aquel joven que habita la otra ciudad del tercer mundo nuestro punto de hermanamiento sea haber visto los dos el mismo capitulo de friends.

Esto justifica que al hablar de nuestra cultura y valores añadamos el adjetivo occidental?

El ser uruguayo y no tomar mate y sostener profusamente que el carnaval es terraja me hace automaticamente occidental?

Desayunar en Mcdonalds y disfrutar de los placeres de la música culta europea de por lo menos un siglo atrás me hace instantáneamente un ciudadano de la gran metropoli?

Que el color de mi piel trasluzca mis vasos sanguíneos y las horas de colas necesarias para conseguir el preciado pasaporte europeo me distinguen en esencia de los demás habitantes de américa latina?

Ser latinoamericano es ser Latino siguiendo los esquemáticos parámetros de la ya pasada moda latina impuesta desde estados unidos?

14 abril, 2006

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Climático Musto. Buenos Muchachos

Este tema que dejo por aquí va como saludo a las personas que comparten periodicamente mi vida cristiana más cercana a la fe atea y agnóstica... y va dedicado a todo aquel que coma hoy un asadito por un afán rebelde autocomplaciente y muy especialmente a los que acompañan su caro salmón con un chardone digno de ser compañero de la carne naranja pálido.

Los que puedan y quieran aprovechen.


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13 abril, 2006

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espantapájaros VIII

de Oliverio Girondo
Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades. En mi, la personalidad es una especie de forunculosis animica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad. Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C. ¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso! ¡Imposible saber cuál es la verdadera! Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan. ¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo - me pregunto - todas estas personalidades inconfesabIes, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora? El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues mís profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto... Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas. Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.



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